

La vida es bella, ya verás (…) Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso (de la canción Palabras para Julia)MIRIELA FERNÁNDEZ LOZANO Fue Horacio quien por primera vez me habló de esa canción. Una tarde, en casa de la documentalista Estela Bravo. A ella le debo mi acercamiento a parte de la historia argentina recogida en Quién soy yo, el material que dirigió en el año 2007 sobre la búsqueda de los niños desaparecidos durante la dictadura por las Abuelas de Plaza de Mayo. También fue Estela quien me abrió las puertas para esta entrevista. Horacio hoy. Hasta la fecha son 97 los niños hallados por las Abuelas de Plaza de Mayo. En total fueron 500 los menores desaparecidos durante la dictadura, que comenzó en 1976 con el golpe militar de Jorge Videla y se extendió hasta 1983. Por el documental, sabía que el pasado de Horacio Pietragalla comenzaba en 1976, cuando ya el sosiego había sido exiliado de Argentina por los militares; que su infancia había quedado en una familia ajena a la suya, y que a los 26 años, al conocer que no se llamaba César, sino igual que su padre, empezó a llenar los abismos de su verdadera historia. "Haber encontrado mi identidad ha sido una suerte ––me dice––, pues en mi país hay gente que vive aún en una interrogante interminable. Yo también estaba desaparecido. Y de golpe, recuperé mi verdad, la de mis viejos, volví a tener mi nombre. A pesar de todo, eso es una victoria, una victoria de la vida". En los brazos de su madre Liliana Corti. Sus padres, Horacio Pietragalla y Liliana Corti, dejaron de verse en 1975. El tiempo reveló que ese mismo año Pietragalla fue asesinado en Córdoba por un comando de la Triple A, encargado también de ocultar su rastro en una fosa común. Liliana corrió igual suerte durante un operativo en una casa de Villa Adelina, en los alrededores de Buenos Aires, donde se hallaba clandestina. Era agosto de 1976, cinco meses después del nacimiento de Horacio. "Me contaron que ese día yo estaba con mi madre. A mí me secuestran y luego, un militar llamado Hernán Tetzlaff, quien también se había apropiado de Hilda Victoria, otra hija de desaparecidos, me puso en manos de su emplea-da doméstica. Allí viví sin que se dijera una palabra sobre mi verdadera identidad. "Sin embargo, siempre sentí que no pertenecía a ese lugar. Tuve muchas sospechas. Primero, por las notables diferencias físicas. De niño, La Historia Oficial, una película que relata un caso de apropiación y un contexto muy similar al que yo vivía en aquella casa, me impactó mucho. Después de cumplir los 14 años, leer el libro Nunca Más, en el que aparecían denuncias de las torturas en los centros de detención y donde figuraba el nombre del militar que se decía mi padrino, acrecentó mi incertidumbre."¿Cuándo te decides a enfrentar esas dudas? "En 1996 los tribunales declaran que Hilda, quien había crecido a mi lado, era hija de desaparecidos. Fue un choque muy fuerte. La noticia resultó otro motivo para arrojarme a la búsqueda, y en ese proceso, mi novia de entonces encuentra, en una de las páginas digitales habilitadas por las Abuelas de Plaza de Mayo, que desde años atrás investigaban mi destino, una foto de mi madre. Mi parecido con aquel rostro era extraordinario, demasiado evidente. Los resultados de los análisis genéticos en la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI), que recibí en abril del 2003, cambiaron mi vida."¿Cómo fue el encuentro con tus familiares? "Muy emotivo. Cada vez que las Abuelas de Plaza de Mayo hallan a uno de los niños apropiados durante la dictadura hay un festejo. En mi caso, cuando entré a aquel local, estaban mis tías y compañeros de lucha de papá. Enseguida se sucedieron los abrazos. "Para mí ese encuentro fue muy significativo porque a partir de ahí comencé a reconstruir la vida de mis viejos, a conocer de forma más profunda la militancia juvenil, a involucrarme en su historia. Ahora tengo miles de anécdotas sobre ellos."En ese momento Horacio se detiene. Y siento, cuando regresa de sus pensamientos, la brisa de nostalgia que corre en sus ojos. "Una compañera de mamá me contó que siempre la oía cantar Palabras para Julia, una canción de esa época. Hoy, cada vez que la escucho pienso en ella, la tengo más cerca. Para muchos hijos de desaparecidos son esas pequeñas cosas las que nos ayudan a conocer a nuestros padres, a vivir los recuerdos que no tenemos." Junto a mí están sentados Estela y su esposo, el doctor Ernesto Bravo. A esa altura del diálogo ya no soy la única entrevistadora y ellos, que han seguido la conversación casi desde su inicio, también conducen su rumbo: Estela: ¿Cómo ha sido compartir la labor de las Abuelas de Plazo de Mayo? "Desde que recuperé mi identidad soy miembro de la asociación y no he dejado de colaborar con su trabajo; para mí tiene mucho significado social y político. Como a otros, las Abuelas me lo devolvieron todo. "Entre nosotros, los jóvenes encontrados, existe mucha comunicación, confianza, pues nos unen historias similares. Sin embargo, para algunos aceptar la verdad no ha sido fácil después de vivir tanto tiempo en familias que defendieron la dictadura, bajo esos principios, o bajo un estricto secreto. "El Gobierno de Cristina Fernández ha apoyado a Estela de Carlotto, presidenta de las Abuelas, y hecho esfuerzos para que se haga justicia y los represores sean llevados a los tribunales. Pero hay obstáculos como el pacto de silencio de los militares que dilatan este proceso. Aunque las Abuelas no se detienen. Su lucha ha sido al lado del amor y eso le ha valido el respeto y la ayuda de muchos."